jueves, 16 de mayo de 2013

¿Qué otro tipo de pantuflas se pueden hacer con materiales reutilizados?

Entrá en www.dondereciclo.org y empezá a cuidar el futuro de todos.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Cantando en la gasolinera!

Empezó como una broma de cámara oculta para un programa de Tv en la que pedían a la gente que estaba repostando en una gasolinera que cantara. Sin embargo esta reacción fue tan espontánea que ya se ha convertido en toda una estrella mediática en la red. Buenísimo!!!! jajajaja qué alegres!!!!!!



martes, 14 de mayo de 2013

los nacionalismos



jajaja

"Eso de extrañar, la nostalgia y todo eso es un verso. No se extraña un país, se extraña el barrio en todo caso, pero también lo extrañás si te mudás a diez cuadras. El que se siente patriota, el que cree que pertenece a un país, es un tarado mental. ¡La patria es un invento! ¿Qué tengo que ver yo con un tucumano o con un salteño? Son tan ajenos a mí como un catalán o un portugués. Una estadística, un número sin cara. Uno se siente parte de muy poca gente; tu país son tus amigos, y eso sí se extraña, pero se pasa." Federico Luppi en la película "Martín Hache"

Holanda, el país que hará estallar el euro

¿Qué país de la eurozona está más endeudado? ¿Los griegos derrochadores, con sus generosas pensiones estatales? ¿Los chipriotas y sus bancos repletos de dinero sucio ruso? ¿Los españoles tocados por la recesión o los irlandeses en quiebra? Pues curiosamente son los holandeses sobrios y responsables.
La deuda de los consumidores en los Países Bajos ha alcanzado el 250% de la renta disponible y es una de las más altas del mundo. Como comparación, España nunca ha superado el 125%.
Holanda es uno de los países más endeudados del mundo. Está sumido en una recesión y demuestra pocos signos de salir de ella. La crisis del euro se lleva arrastrando tres años y hasta ahora sólo había infectado a los países periféricos de la moneda única. Holanda, sin embargo, es un miembro central tanto de la UE como del euro. Si no puede sobrevivir en la Eurozona, se habrá acabado todo.
El país ha sido siempre uno de los más prósperos y estables de Europa, además de uno de los mayores defensores de la UE. Fue miembro fundador de la unión y uno de los partidarios más entusiastas del lanzamiento de la moneda única. Con una economía rica, orientada a las exportaciones y un gran número de multinacionales de éxito, se suponía que tenía todas las de ganar con la creación de la economía única que nacería con la introducción satisfactoria del euro. En vez de eso, ha empezado a interpretar un guión tristemente conocido. Está estallando del mismo modo que Irlanda, Grecia y Portugal, salvo por una mecha algo más larga.

Burbuja inmobiliaria

Los tipos bajos de interés, que obedecen a los intereses de la economía alemana ante todo, y mucho capital barato han creado una burbuja inmobiliaria y la explosión de deuda. Desde el lanzamiento de la moneda única hasta el pico del mercado, el precio de la vivienda en Holanda se duplicó, convirtiéndolo en uno de los mercados más sobrecalentados del mundo. Ahora se ha estrellado estrepitosamente. Los precios de la vivienda caen con la misma velocidad que en Florida cuando el auge inmobiliario americano se marchitó.
Actualmente, los precios son un 16,6% más bajos que en lo más alto de la burbuja de 2008 y la asociación nacional de agentes inmobiliarios predice otra caída del 7% este año. A menos que haya comprado su casa en el siglo pasado, ahora valdrá menos de lo que pagó e incluso menos todavía de lo que pidió prestado por ella.
Por todo ello, los holandeses se hunden en un mar de deudas. Por encima del 250%, la deuda de los hogares es mayor aún que la de Irlanda, y 2,5 veces el nivel de la de Grecia. El Gobierno ya ha tenido que rescatar a un banco y, con unos precios de la vivienda en caída continua, lo más probable es que le sigan muchos más. Los bancos holandeses tienen 650.000 millones de euros pendientes en un sector inmobiliario que pierde valor a toda máquina. Si hay un dato demostrado sobre los mercados financieros es que cuando los mercados inmobiliarios se hunden, el sistema financiero no se hace esperar.

Profunda recesión

Las agencias de calificación crediticia (que no suelen ser las primeras en estar al tanto de los últimos acontecimientos) ya se empiezan a dar cuenta. En febrero, Fitch rebajó la calificación estable de la deuda holandesa, que sigue con su triple A, aunque sólo por los pelos. La agencia culpó a la caída de los precios de la vivienda, el aumento de la deuda estatal y la estabilidad del sistema bancario (la misma mezcla tóxica de otros países de la Eurozona afectados por la crisis).
La economía se ha hundido en una recesión. El desempleo aumenta y alcanza máximos de hace dos décadas. El total de parados se ha duplicado en sólo dos años y en marzo pasó del 7,7 al 8,1% (una tasa de aumento todavía más rápida que la de Chipre). El FMI predice que la economía encogerá un 0,5% en 2013, pero los pronósticos tienen la mala costumbre de pasarse de optimistas. El Gobierno incumple sus déficits presupuestarios pese a haber impuesto unas medidas severas de austeridad en octubre. Como otros países de la Eurozona, Holanda parece encerrada en un círculo vicioso de paro en aumento e ingresos fiscales en descenso, que conduce a todavía más austeridad e incluso más recortes y pérdida de empleo. Cuando un país se sube a ese tren, cuesta mucho salirse de él (sobre todo dentro de los confines del euro).
Hasta ahora, Holanda había sido el gran aliado de Alemania en la imposición de la austeridad por todo el

minicasas


lunes, 13 de mayo de 2013



Liquidación por derribo, por Laura Etxebarria

Se avecinan tiempos muy duros. Para todos, para mí también.
Facturo menos de la mitad de lo que facturaba hace cinco años, pero mis gastos han aumentado, entre otras cosas porque me han subido los impuestos. La subida del IVA me va a arruinar, puesto que yo soy autónoma y trabajo en el sector cultural. A mi alrededor todo el mundo es víctima de una psicosis de crisis: desánimo general. Y nos quedan dos opciones. O pasarnos el día deprimidos y frustrados, o recordar que no necesitamos un secador de pelo. Tampoco necesitamos vestir según la tendencia, mucho menos vestir así a nuestros hijos.

Podemos vivir sin coche desde el momento que la que escribe
vive sin él, y sin televisor. Podemos, aunque no lo parezca, sobrevivir a base de arroz y espaguetis, lechuga y manzanas. Todos esos anuncios que nos hacen creer que seremos muy malas madres si no le compramos a nuestro hijo cierto producto son falacias. Nuestros hijos necesitan mucho más de nuestro cariño que alimentos enriquecidos en calcio, hierro y vitaminas cuya eficacia real, según la comunidad científica, es discutible, por no decir nula. Nosotros fuimos siete hermanos y mis padres no eran ricos, y sé que mi madre invertía en siete niños lo que las actuales familias destinan a uno solo. Y crecimos, como ustedes pueden comprobar si ven mis fotos, lozanísimos. Yo heredaba la ropa de mis hermanas, y no tengo ninguna vergüenza en reconocerlo. No tuve habitación propia. No crecí con un trauma por ello, tengo otro tipo de traumas bastante más complicados. Si algo marchó mal en la infancia, el problema no fue el de vivir sin lujos, desde luego.

Para intentar adelgazar acabamos gastando más dinero que en
comer. Compramos cosas que no necesitamos (ropa y cosméticos,
sobre todo) porque no sabemos diferenciar entre necesidad, deseo y capricho. Nos deshacemos de ropa sin remendarla, tunearla o arreglarla, sólo porque se ha pasado de moda y porque las nuevas generaciones no saben, ya no coser, sino pegar un botón, zurcir un siete o recoser un dobladillo. Y probablemente, no se pondrían una camisa remendada, aunque luego lleven vaqueros rotos que les han costado cien euros. Hemos vivido secuestrados por el espejismo consumista y somos víctimas de un síndrome de Estocolmo brutal y colectivo. Y somos como niños sobreprotegidos que no aprenden a andar porque se han pasado el día en brazos de sus madres. Se nos ha olvidado que quien compra lo superfluo acaba por vender lo necesario.

Uno de mis mejores amigos constituye un claro ejemplo andante
de este despertar espiritual que a algunos les ha supuesto la
crisis. Cuando le conocí, acababa de cumplir 30 años, había montado una pequeña empresa de reformas con dos compañeros de facultad y básicamente se dedicaban a instalar cocinas y baños en los barrios residenciales de chalets adosados que entonces proliferaban como hongos en la sierra norte de Madrid. Vivía con sus padres no porque lo necesitara —ganaba bastante dinero— sino porque le era cómodo. Su madre, que nunca había trabajado fuera de casa, no tenía problema en hacer de criada para sus dos hombres y a su padre no le importaba que de vez en cuando se llevara chicas a dormir, más bien se sentía orgulloso de ello. Vivía pues a pensión completa y gratuita, así que se podía guardar todo el sueldo para él. Pero no ahorraba.

Tenía un coche muy llamativo y salía todos los fines de semana
con sus amigos a cenar en restaurantes caros y de copas por los antros de modernidad, hasta la amanecida, con alguna que otra rayita de coca para mantenerse. El resto del dinero lo gastaba en ropa cara, ordenadores, videojuegos, cine, conciertos y viajes. Era, aún es, un hombre muy guapo y parecía que lo tenía todo en la vida.

Llegué a escribir un artículo inspirado en él y sus amigos: trataba de los kidults o adultescentes, esos tipos de 30 años que viven como niños; que tienen iPad y zapatillas Converse; que se saben el nombre de todos los personajes de Los Simpson y son fanáticos de StarWars; que ven más Cartoon Network que Fox News o CNN; que se van de marcha con su grupo de colegas, al que siguen considerando su «pandilla»; que no saben comprometerse en
relaciones afectivas estables y monógamas; que adoran el desayuno
de su mamá y en lugar de camisa llevan camisetas con la efigie de Naranjito.

Y de pronto, su mundo se desmoronó. Llegó la crisis y cesaron
los encargos. Cada vez facturaban menos hasta que hubo que cerrar
la empresa. Encontró trabajo en un estudio con jornadas maratonia-
nas y sueldo de mileurista, y aún podía estar contento de no haber
ido a engrosar las filas del paro. A su padre le dieron la jubilación
anticipada y se dio cuenta de que no podía mantener los gastos de
comunidad, luz y agua del enorme piso de Madrid, así que lo alquiló
y se retiró a su pueblo natal de Cáceres, cumpliendo el sueño de
su vida. Mi amigo se fue a vivir con otro a un piso compartido. Tuvo que aprender a limpiar y a cocinar, a poner lavadoras y a planchar camisas. Además, trabaja más que antes, así que los fines de semana está agotado. Pero ésa no es la única razón por la que ya no sale de noche. Económicamente, ya no puede permitírselo.

Hace vida diurna. Da largos paseos por el Retiro, visita exposiciones gratuitas y ve películas en la Filmoteca, a dos euros la sesión. Me pide prestados ensayos y novelas porque le ha cogido el gusto a la lectura. Su vida sexual se ha reducido: a las chicas era más fácil convencerlas a las seis de la mañana, con muchas copas y muchas rayas en el cuerpo, que de día y sin estimulantes, porque le falla la labia, y ellas no se muestran tan desinhibidas. Además, no es tan fácil seducir a según qué féminas cuando ya no puedes invitarlas a restaurantes caros ni pagarles las copas. Este verano se ha quedado en Madrid porque no tiene dinero para viajes, así que le presté mi casa a cambio de que me cuidara las plantas.

«¿Sabes? —me dice—. Antes, los domingos por la tarde, solía
tener unas depresiones tremendas, un vacío espantoso, supongo quepor el bajón del alcohol y la coca. Ahora me levanto a las ocho y me voy a correr. El otro día vi amanecer en el Retiro y me di cuenta de que era la primera vez que lo hacía estando sobrio. Entonces pensé que hacía años que no era tan feliz.»

Evidentemente este cuento con final feliz no es aplicable a todo
el mundo. No a familias desahuciadas, ni a aquellas que tengan que
convivir con familiares en situación de dependencia, ni a parados de
larga duración, ni a quienes sobreviven gracias a los comedores de
Cáritas. Sería ridículo pensar que la crisis es buena, no lo es. Aun así no podemos permitirnos abandonar el optimismo. Debemos animarnos los unos a los otros. Leer, compartir ideas, reclamar el cambio, combatir colectivamente la frustración, la rabia y la violencia, la sensación de resignación y desánimo generalizados. Necesitamos sociedades civiles activas, que no deleguen, que no se rindan.