Jueves, 19 de Abril de 2012 09:31 |
Att. Sr. D. Juan Carlos de Borbón
Palacio de La Zarzuela
28071 MADRID
Vitoria-Gasteiz, 18 de abril de 2012
Estimado Sr.:
Me dirijo a usted en calidad de representante de la Asociación para un Trato Ético con los Animales (ATEA),
entidad que, como su propio nombre indica, orienta su actividad a la
lucha contra cualquier forma de violencia, abuso o explotación
injustificada de la que puedan ser objeto los animales en nuestra
sociedad.
Sin entrar en detalles filosóficos
–o quizá no sea posible prescindir de ellos–, nos gustaría sin embargo
hacerle partícipe del que con toda probabilidad se constituye como eje
teórico del ideario animalista, cual es que todo sufrimiento es idéntico
para quien lo padece, al menos desde su perspectiva de indeseable. O,
expresado de otro modo: el mismo grado de padecimiento debiera
merecernos, dada nuestra calidad de animales éticos, similar
consideración. Y nos lleva esto a un escenario bien interesante, según
el cual no resultaría necesariamente peor causar el mismo daño a un
humano que a cualquier otro animal.
Esta tanda de reflexiones nos invita, en
buena lógica, a la obvia conclusión de que, cuando consideramos que ha
de tratarse bien a los perros, y que al mismo tiempo podemos aplaudir y
aun promocionar la tauromaquia, incurrimos en una esquizofrenia moral de
todo punto inaceptable, al menos tanto como pueda sernos inaceptable la
consideración hacia los humanos varones mientras justificamos la
violencia hacia las mujeres, o la defensa de aquellos humanos adscritos a
ideologías de izquierdas al tiempo que apoyamos las prácticas
terroristas contra los políticos de derechas (o mismamente contra los
representantes de altas instituciones impuestas por la historia, mas no
elegidas por la ciudadanía). Y quizá hayamos llegado con este postrero
apunte a uno de los campos más interesantes cuando de ética tratamos.
Queremos decir con ello que, de aceptar con relajación y naturalidad que
pueda definirse la violencia contra las mujeres como “terrorismo
doméstico”, o el vertido deliberado de sustancias tóxicas en la
naturaleza como “terrorismo ambiental”, o la irresponsabilidad de
ciertos conductores como “terrorismo vial”, o el egoísmo de ciertos
empresarios como “terrorismo patronal”, o la liberación solidaria de
prisioneros animales como “ecoterrorismo”, acaso
estemos –por pura y simple lógica deductiva– en disposición de llamar a
las cosas por su verdadero nombre, y manifestar por tanto que la
violencia gratuita ejercida sobre inocentes –los animales lo son en
grado absoluto– merece por igual tan áspero epígrafe. Bien pudiéramos
estar hablando entonces de “terrorismo taurómaco”, que como todas las
demás formas de [supuesto] terrorismo tendría sus acólitos, se supone
que tan despreciables desde una perspectiva solidaria como puedan serlo
los machistas asesinos, los militantes de Al Qaeda o los
pederastas. En tal caso –y solo en él–, la institución a la que
representa y usted mismo a la cabeza serían auténticos y reales
apologistas de la violencia taurómaca, una cara más de la realidad
terrorista como concepto moral (de corte cultural en este particular
caso), aunque no por ello menos lesiva para sus principales víctimas:
toros y caballos. Resulta ontológicamente imposible no llegar a tal
conclusión si nos abonamos a una concatenación lógica de los hechos, y
visto que su persona, apoyándose en el peso público que ostenta, ha
emitido público apoyo a la mal llamada Fiesta (pues no lo es desde luego para todos los que en ella participan).
Lejos de limitarse sus aficiones
violentas a la tauromaquia como espectador “de calidad”, conocido es su
gusto por la caza deportiva, en particular por algunas de las
modalidades más elitistas, tal vez por ir acorde con su categoría
social. Hace bien poco pudo vérsele ufano y orgulloso con un inmenso
cadáver a sus espaldas, un elefante que, mientras alguien no ose
negarlo, deseaba vivir su vida, como usted o yo mismo, como de hecho
hacen todos los animales desde su naturaleza particular. Y, créame, no
se zanja la cuestión aduciendo que “sobran elefantes”, que “constituyen
estos una plaga que como tal debe ser controlada”. Piense que, si
acaso invaden ahora el territorio humano, no responden con ello sino a
una legítima defensa, por cuanto antes les fue robado su espacio
natural, casi siempre mediante métodos tan crueles como la agresión a
los miembros más vulnerables de la familia.
Y, hablando de familias, hemos tenido
ocasión de oír y leer estos pasados días que no pocos entre los
ciudadanos y ciudadanas de este país consideran una “auténtica plaga de
efectos devastadores” a familias como la que usted encabeza,
instituciones que dilapidan generosos presupuestos de las arcas
públicas, a pesar de no estar ahí por elección popular, detalle
esencial, creemos, en una comunidad democrática. Así las cosas, y en
medio de una galopante crisis económica que ha dejado sin trabajo a
millones de personas, usted tiene la “escandalosa” ocurrencia de
gastarse una auténtica fortuna –por muy personal que sea su patrimonio–
para acabar con la vida de animales que no nos consta que la merezcan un
ápice menos que usted mismo. ¿Cree de verdad que está actuando de
manera decente? Nosotros entendemos que no, que ni de lejos se comporta
usted con la decencia que ha de esperarse de alguien que ostenta un
cargo como el suyo en la Europa del siglo XXI. La caza que se practica
con fines lúdicos constituye un crimen aberrante (crimen por el hecho mismo, aberrante
por su naturaleza), pues no se entiende que, aun en los improbables
casos en que pudiera quedar justificada, sus ejecutores se fotografíen
sonrientes y henchidos de gozo ante los cuerpos inertes de sus inocentes
víctimas. Mencionábamos líneas atrás el lenguaje y cómo sirve este para
vestir conductas. ¿Es que no merecería ser calificada de “terrorismo
cinegético” la caza lúdica? Dejamos ahí la pregunta para que usted mismo
la conteste, si lo considera oportuno, pues nosotros ya lo hemos hecho.
Antes de terminar, le deseamos de todo
corazón un pronto y completo restablecimiento de sus últimas dolencias,
que, con independencia de las vergonzosas circunstancias en que
acontecieron, imaginamos per se dolorosas. Y consideramos que es
este un óptimo escenario para recordarle que la empatía importa, e
importa mucho. Tanto que sin ella acaso hasta quepa dudar de nuestra
humanidad bien entendida. Si nos mostramos incapaces de colocarnos desde
nuestras emociones en el lugar del otro –no importa que ese “otro” sea
humano o animal– y evitar así causarle lo que bajo ningún concepto
quisiéramos para nosotros mismos, estamos, Majestad, éticamente
muertos.
Es por todo lo aquí expresado que, a
nuestro humilde entender, pose usted una autoridad moral ciertamente
atenuada cuando exige a otros la condena de ciertas formas de violencia
terrorista (en concreto, la ideológica), mientras incurre su persona en
similar comportamiento ante otras manifestaciones de agresión unilateral
igual de terrorista, o aún peor si se constata el agravante de
responder a una naturaleza lúdica, como es el doble caso que nos ocupa.
Nos gustaría que leyese con atención el
presente escrito –seguro que lo está haciendo si hasta aquí llegó–, y
que nos haga llegar sus apreciaciones al respecto, seguro que muy
ilustrativas y didácticas, pues no en vano ocupa un cargo de peso tanto
en el fondo como en la forma.
Quedamos, pues, a la espera de sus
reflexiones, tras ofrecerle nosotros las nuestras. Reciba, mientras
tanto, un cordial saludo de,
Kepa Tamames
Portavoz de ATEA
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“Cuenta la historia que el rey Salomón podía hablar con las bestias, las aves, los peces y los gusanos. También puedo hacerlo yo, y no necesito para ello ningún anillo encantado. Por lo que a mí respecta, no considero muy noble emplear anillos mágicos en el trato con los animales. Sin tales encantamientos los seres vivos cuentan, al que sabe escucharlos, las historias más maravillosas, que son precisamente las verídicas”
martes, 29 de mayo de 2012
ATEA se dirige por carta al Rey de España
ATEA SE DIRIGE POR CARTA AL REY DE ESPAÑA
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