Lo importante es la distancia y no el tiempo: un estudio afirma que andar deprisa es tan positivo como correr para controlar la presión arterial, el colesterol y el riesgo de diabetes.
Natalia Martín Cantero 19 de abril de 2013
Ni siquiera hace falta correr: de acuerdo con un estudio publicado este mes, caminar deprisa es tan positivo como correr para controlar la presión arterial, el colesterol y el riesgo de diabetes, tres factores importantes en el desarrollo de la enfermedad cardiaca. La investigación, que aparece en la edición online de la revista Arteriosclerosis, Thrombosis and Vascular Biology, indica que lo que realmente importa es la distancia recorrida, y no el tiempo. Específicamente, el estudio encontró que, cuando se emplea similar gasto empleado de energía, correr reduce el riesgo de hipertensión en un 4.2 por ciento, y caminar en un 7.2 por ciento. En cuanto al riesgo de colesterol alto, correr supone una reducción del riesgo de un 4.3 por ciento y caminar de un 7 por ciento. En lo que se refiere a la enfermedad cardiaca, correr reduce el riesgo en un 4.5 por ciento y caminar en un 9.3 por ciento. Las dos actividades tienen un impacto similar con la diabetes.
Por otra parte, tampoco hace falta recorrer el Camino de Santiago. Una de las equivocaciones más extendidas es que el ejercicio ha de ser duro y extenuante. “Esto no es cierto, y desmotiva a mucha gente. Si caminas, tu cuerpo registra el movimiento y la salud mejora gracias a todo tipo de cambios fisiológicos. Estaría muy bien que la gente se identificase más con la idea de moverse frente a la idea de ejercicio”, escribe Reynolds, autora del libro The First 20 Minutes (Los primeros 20 minutos, sin traducción al español) donde, entre otras cosas, se refiere a lo mal que le sienta al cuerpo estar sentado durante prolongados espacios de tiempo.
Cada vez que alguien estornuda aparece un nuevo estudio que ratifica las bondades de esta actividad tan simple y, con demasiada frecuencia en esta era de la inmediatez, denostada. Por ejemplo, una investigación de 2011 en la que participaron cerca de 30.000 personas de entre 40 y 79 años mostró que caminar más de una hora al día mejora de forma significativa la esperanza de vida. “Un incremento del tiempo que la población dedica a caminar traería consigo un tremendo cambio en la salud y los costes médicos”, señalaron sus autores.
Andar también es eficaz contra el insomnio, de acuerdo con un estudio que recomienda caminar a paso ligero durante 45 minutos por la mañana (caminar por la tarde puede tener el efecto contrario). En el caso de las mujeres post-menopáusicas, mejora la salud de los huesos. Ayuda a perder peso (aunque si este es el objetivo principal correr es más efectivo) y, lo que es igualmente importante en estos tiempos que corren, mejora el estado de ánimo.
Por si quedaba alguna excusa para calzarse las zapatillas y salir a la calle, cuando uno pasea sale al encuentro de las musas. O al menos eso aseguraban el escritor Thomas Mann, el estadista Thomas Jefferson, o los filósofos Kierkegaard o Nietzsche (a este último se le atribuye la frase “no confíes en una idea que no haya aparecido mientras caminabas”). Todos ellos insistían en que las mejores ideas surgen cuando se está en marcha.
En su libro Historia de caminar (sin traducción al español por el momento), la periodista Rebecca Solnit escribe largamente sobre cómo, entre otras cosas, en el acto de caminar la dimensión física se solapa con la metafísica: “La ciudad está hecha para caminar por ella. Una ciudad es un lenguaje, un repositorio de posibilidades, y caminar es el acto de hablar ese lenguaje, de seleccionar de entre esas posibilidades”.
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